Taller de Expresión 1 - Cátedra Reale - Comisión 56
LA SILLA ELÉCTRICA
El lunes había sido su
cumpleaños y, por lo tanto, la excusa perfecta para algún tipo de
celebración. Teníamos pendiente una salida juntos
y recordé que la semana anterior me había enviado por
whatsapp el link de un show de stand up que se hacia esa semana. Tenemos gustos
similares así que saque las entradas, a modo de regalo, y esperamos
ansiosos el día de la función. Era un unipersonal de Julián
Lucero, actor y cómico argentino, de los que nos gustan a nosotros:
irreverente, políticamente incorrecto y de un humor ácido y sumamente
irónico.
La idea principal era
encontrarnos en su casa de Santiago del Estero y San Juan, a dos cuadras de mi
querida Facultad de Ciencias Sociales, y tomarnos el 60 hasta Santa Fe y
Anchorena donde se realizaba el show. Los contratiempos de la
cotidianidad y la mala organización de mis horarios, nos obligaron a
encontrarnos directamente en el lugar. La noche estaba helada y a riesgo de
llegar tarde, como no conseguía donde cargar la SUBE, camine hasta la
estación de subte más cercana y baje al reino de Metrovías. El inframundo
de la línea H estaba impoluto, es de mis líneas subterráneas favoritas,
una de las pocas que funciona y huele bien. Yo estaba impecable, las zapatillas
blancas recién lavadas, la ropa combinada y en mis auriculares sonaba la
música que me gusta, tanto así que ni me percate del viaje. Subo
nuevamente a la superficie pero antes, por un antojo impulsivo, compro una
Pepsi de medio litro en un kiosco que estaba a punto de cerrar. Llego a destino
y, faltando cinco minutos para el comienzo de la función, mi
compañera todavía no había llegado, por lo que entro al lugar
para aclimatarme y husmear un poco. Al entrar cruce unas pocas
palabras con un hombre que estaba en la puerta y daba la sensación de
trabajar allí, como si fuera un recepcionista, pero nada de eso, era otro yo
esperando a alguien. Era una galería que desconocía, un pasillo no
muy largo con una escalera del lado derecho que te invitaba a subir y en el
medio una especie de patio de comidas a cielo abierto y con luces tenues.;
busco un baño pero no encuentro y me distraigo unos minutos con el celular,
maldito y bendito aparato que me abstrae del mundo real. Antes de que la
ansiedad pase a niveles trágicos, llega ella, y con aires de apresurada
camina hacia mí mientras se quita los auriculares. Hechos los saludos nos
disponemos a hacer la fila para ingresar al local mientras nos contamos
los pormenores del camino. Es en el entre piso, está decorado con un
cartel ilegible de neón rojo y una pizarra que canta con letra de
tiza "La silla eléctrica comedy club" y las ofertas de la noche:
birra de todos los colores y algunos tapeos básicos, todos ornamentados con
queso cheddar como le gusta al porteño promedio. El lugar es angosto, en un
extremo los baños, en el otro un pequeño escenario adornado con una planta
triste y luces de exterior por encima, como dándole una terminación. En el
medio esta la barra y honestamente no tengo idea donde cocinan. No es
decadente, al contrario, se siente bien y tanto el público como los anfitriones
emanan buena onda. Nos sentamos en la segunda fila, de tres que hay en cada
lateral, y nos asombramos de la confortabilidad que puede brindar un sitio tan
pequeño.
Una vez acomodados, despojados
de abrigos y post visita al toilette, la vibra
del lugar casi que nos obliga a pedir algo para tomar. Casi al unísono con la
llegada de nuestras pintas, ella una roja, yo una rubia, inicia el espectáculo
y el pelado de barba que nos convoca toma el micrófono para comenzar a
hacer su gracia. Poco más de una hora de relatos y chistes delirantes y
bizarros, pero con un gran trasfondo de verdad, de carcajadas que
emergían del fondo del bar y llegaban al frente del escenario para
mezclarse con las nuestras.
Otra cerveza
para cada uno en el medio del monologo, el último trago lo damos entre
aplausos, cuando termina. Una visita más al baño y pedimos la cuenta que para
nuestra sorpresa era la mitad de lo que esperábamos; una situación así se
presenta muy pocas veces en la vida y no íbamos a desaprovecharla.
Pagamos nuestro 50% off accidental y encaramos la salida.
No sé si fue el efecto del
porro, la excitación del momento o el pasado pueblerino que compartimos
pero mientras paseábamos por la galería, entre humo y selfies, haciendo
tiempo, a la espera de Juan que nos viene a buscar, Sofía y yo coincidimos: en
lo bien que la pasamos, en lo centralizado que es esta todo en el país y
en lo afortunados que nos sentíamos de vivir en una ciudad como Buenos
Aires que te ofrece experiencias, tan nutritivas y simples, como un show de stand
up.
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