06 junio 2022

UNA HISTORIA DENTRO DE OTRA: "Aburrido"

  Taller de Expresión 1 - Cátedra Reale - Comisión 56


ABURRIDO

 

 La noche ya está en su punto álgido, las conversaciones "de adultos" parecen no agotarse jamás, los más grandes salen al patio o se asoman a la ventana para fumar, los más chicos corren por toda la casa esquivando muebles o parientes y en el medio estoy yo: hastiado hasta el cansancio. Es en esta casa donde hermanos, tíos, primos, primos segundos, amigos, amigos que son como hermanos y todo lo que se asemeje a un ser querido encuentra un lugar donde sentirse a gusto; pero yo estoy aburrido. La casa de la abuela es linda, antigua pero muy bien cuidada, a mí siempre me fascino el jardín delantero, tiene una enredadera enorme que cubre las paredes exteriores y se enrosca entre las verjas cubriendo casi la totalidad de la entrada, como resguardando a sus habitantes de la mirada ajena. Hay plantas y verde por doquier en ese paraíso de diez metros cuadrados, únicamente decorado por sus macetas, algunas -las de mi gusto- grecorromanas, desgastadas e intervenidas por el musgo y otras más simples, con aspecto de feria artesanal. Solo un recipiente desentona con el lugar, un bidón transparente cortado por la mitad con un mínimo de agua turbia dentro que hace de cenicero, el cual, para fastidio de la dueña de casa, los fumadores parecen ignorar. Ahí es donde me voy a sentar, con la esperanza de encontrar en el exterior algo que me entretenga. Y así lo hago, me siento en el umbral, casi camuflado entre el follaje y miro a los transeúntes y observo las ventanas vecinas, algunas diminutas desde mi óptica, y todo lo que sucederá detrás que jamás me voy a enterar pero siempre puedo inventar. En frente a la casa de la abuela hay una casona antigua que funciona como una pensión pero que, seguramente en poco tiempo, sea el nuevo negocio inmobiliario de algún garca. Me enfoco en una abertura en particular, de rejas oxidadas y curvas, como si tuvieran panza, detrás las cortinas están abiertas de par en par y la luz naranja de la habitación me deja ver con detalle a un joven que inspira mi imaginación: 

 Alejandro se disponía a cambiar de rumbo, a sus veinte pocos estaba más curtido que un inmigrante de la posguerra, trabajaba desde la infancia y la militancia no le había dado más que moretones y algunas anécdotas para la posterioridad. Era flaco, flaquísimo, al estilo Spinetta, de cabello renegrido y mirada brillante, triste pero fuerte. Los años en Montoneros no iban a salirle gratis, la pobreza lo llevaba de la mano y los milicos siempre andaban al acecho. La fe era su mayor aliada, lo único que su vieja le había podido heredar, además de la responsabilidad sobre sus hermanos. Tanto es así que juntó sus porquerías y se metió en un seminario, al lado de la Parroquia Nuestra Señora del Valle, donde de pibe iba cada año a ver si Los Reyes le habían dejado un regalo. Empezó el sacerdocio como una huida pero encontró allí un camino, quedo encantado con la filosofía y la teología, ahora, además de techo y comida tenía pensamiento crítico. La práctica la adquirió en el barro y la teoría en los libros.

 Una tarde, entre hostias y vinajeras, mientras le alistaba a uno de los sacerdotes su misa, el Padre Luis se le acerca para conversar, algo habitual. Alejandro sumamente respetuoso, como pobre que encuentra caridad, se disculpa con el clérigo por estar tomando mates mientras hace sus quehaceres. 

-Nada que disculpar pibe, cebame uno -le responde el cura mientras lo observa trabajar.

-Cierto que usted es de los copados -dice Alejandro sonriendo mientras le pasa el mate enlozado. 

-Y decime una cosa... ¿aún la conservas?

Alejandro traga saliva y lo mira un tanto desconcertado por sacar el tema.

-Sí, está en mi cuarto, bien guardada como me ordeno usted.

-Te aconsejé -interrumpe el cura.

-Usted me aconsejo y el otro me ordeno -contesta revoleando los ojos. 

Como si de pronto el respeto se disipara y su espíritu rebelde se negara a aceptar las jerarquías.

-El otro es el Padre Mario y es el líder de esta congregación, deberías estarle agradecido que no te echo cuando se entero. Él y yo sabemos que tenes curtido el cuero, sabemos de donde venís -Alejandro se torna serio-. Pero no te preocupes -agrega- somos feligreses encomendados a Dios y lo sabes muy bien. Ningún milico se va a atrever a entrar más que para una confesión.  

-Muchas gracias Padre Luis, en usted realmente puedo confiar. Si ustedes quieren la puedo tirar pero me da una seguridad que ningún rosario puede dar...

-Un rosario por sí solo no, pero no subestimes el poder de la fe hijo mío, menos cuando lo tenes encima a él -dice mientras ambos miran hacia arriba al Jesús semidesnudo que les cuelga encima.

-El es otra víctima. Bien le habría venido tener una -remata Alejandro.

 

-¡ESTÁ LA COMIDA! -grita entusiasta la abuela. 

Vuelvo en mi y la luz naranja parece haberse apagado hace rato, hasta la persiana esta baja, evidentemente el vecino fue solo un disparador para que mi mente aburrida se abstraiga. Ahora el cura y Alejandro pasan a segundo plano. Es que uno no se puede resistir a una comida de abuela, mucho menos llegar tarde a la mesa por andar divagando sobre pordioseros y sotanas. Pienso en todo el tiempo y esfuerzo mental perdido al renegar del aburrimiento y cuanto más podría haberlo aprovechado inventando Alejandros.

 

 Tomás Avalis.

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